Algo se ha hecho y se sigue haciendo mal en la educación de los menores, con consecuencias graves y a veces trágicas. Agravado porque su entorno es más agresivo que nunca, porque tienen libre acceso a través de las redes a contenidos frente a los que no poseen capacidades de discernimiento, porque las inducciones ambientales son más poderosas y eficaces –al disfrazar la imposición de seducción– que los antiguos adoctrinamientos, porque la autoridad de padres y profesores es cada vez más débil y las restricciones sociales, normativas o legales que la ponen en cuestión y la inhiben son cada vez más incapacitantes y los criterios educativos cada vez más confusos o erróneos.

Por no hablar de las “innovaciones” pedagógicas sobre la que alertó hace muchos años Hannah Arendt en La crisis de la e

See Full Page