Había una predisposición al desbordamiento fantástico, una fascinación superlativa por los avances científicos y la evocación premonitoria de un sueño el verano lluvioso en que se instaló en Villa Diodati –propiedad de – con su pareja, el poeta Percy B. Shelley, y otros compañeros escritores, para crear la obra gótica más icónica de la literatura europea. "Creí ver a un pálido estudiante de artes impías de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural", llegó a reconocer años más tarde la autora británica sobre ese anhelo proyectado inicialmente en su imaginación que tiempo después recuperaría para construir el nacimien
"Frankenstein": la más bella carta de amor al monstruo
LA RAZÓN Cultura17 hrs ago
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