Entrar a un aeropuerto es una experiencia reveladora sobre cómo funciona el poder. Desde el momento en que cruzas la puerta principal, te conviertes en un sospechoso. No importa si pagaste el tiquete, si llegaste puntual o si tu único delito es querer viajar: pasas por detectores, te revisan el equipaje, te piden quitarte los zapatos, mostrar documentos, abrir la maleta y demostrar que no representas una amenaza. En ese lugar, la presunción de inocencia desaparece y eres culpable hasta que demuestres lo contrario.

Este ejemplo —que resonó en el Congreso Camacol 2025 durante la intervención de Antonini de Jiménez— no solo aplica a los aeropuertos: también retrata la lógica que domina hoy la política colombiana. Para el Estado, y especialmente para el presidente Gustavo Petro, los ciudadano

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