El día se presentaba como tantos otros. Un mensaje con mezcla de frustración, penitencia, culpa y reproche. Como tantos otros que cambian el curso de la jornada y el humor de emisor y receptor. Estamos tan acostumbrados a esos mensajes disruptivos que cuesta recordar cómo nos enterábamos antes de que empezaba lo malo. Esa cotidianidad genera una resistencia, casi un plastificado, que consigue aislarnos de lo sentimental y lo humano hasta convertirlo en algo ajeno que apenas nos salpica. Si el mensaje de marras no ataca a lo más cercano, nos resbala y a otra cosa. Cuando el mensaje contiene una idea feliz o jocosa tampoco lo interiorizamos en demasía. Si acaso, por las risas, aplaudimos un poco e. incluso, seguimos la conversación entre intrascendencias. Y llega el día en el que el tono de

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