Quienes hemos realizado el tránsito, desde la actividad profesional plena hasta la jubilación casi absoluta, sabemos que esta etapa puede ser compleja, y, generalmente, traicionera; especialmente para aquellos que -durante nuestro ancho recorrido laboral- hemos establecido una agitada convivencia, casi ineludible, con el estrés.

Entre cámaras, barcos, micrófonos, noticias, textos, videos, aviones y almendras saladas y garrapiñadas, entre otros muchos compañeros de viaje, yo viví durante más de cuarenta años, y sin saberlo ni sentirlo, algo así como mancebo de la tensión, concubino de la ansiedad y cónyuge de la fatiga. Quiero decir, no me malinterpreten, que la angustia se convirtió en mi novia inevitable; novia compartida, dicho sea de paso, con muchos efímeros. Y como cantó Mecano (Una

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