La habitual panza de burro limeña es madrugadora y se cierne sobre el ruidoso, gris y limpio mar de la bahía de Lima que tantas veces irrumpió en el oleaje literario de Vargas Llosa . Paradójicamente, su cielo encapotado esconde el presagio de un viaje fascinante y colorido , en el que ni mucho menos todo es blanco, ni negro, ni gris. Basta con perder los pasos entre las más de 10 millones de almas que habitan el área metropolitana o la mirada entre los surfistas que se adentran en el océano crujiente de las primeras luces para descubrir que la urbe , lejos de ser fría y monótona, es acogedora y vibrante . Y sabrosa . Muy sabrosa. Como el resto del país andino .

Perú es una inspiración para la cocina del siglo XXI y Lima atrapa a los amantes del buen comer

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