Durante los años de la posguerra española, la alimentación estaba marcada por la escasez . Comer era una necesidad básica y los hogares se adaptaban con los ingredientes disponibles. Productos como la carne, los huevos, la harina o el azúcar escaseaban, lo que impulsó la creatividad en la cocina.

De esa época surgieron preparaciones sencillas pero ingeniosas, como el café elaborado con achicoria o el chocolate de algarroba. En ese mismo contexto nació un postre popular en Andalucía: la poleá , también conocida como gachas dulces , una receta modesta que ha perdurado hasta hoy.

El plato tiene su origen en la Andalucía occidental y se preparaba especialmente en otoño e invierno, cuando los recursos eran limitados. Se elaboraba con harina, aceite, algo de azúcar si se disponía de él, y especias. Se servía caliente, acompañado de pan frit o, y podía tomarse tanto en el desayuno como en la merienda. Con el paso del tiempo, el azúcar se incorporó de forma habitual conforme mejoraron las condiciones económicas.

Aunque se asocia a la posguerra, sus raíces son mucho más antiguas. Existen referencias a preparaciones similares en textos como los del recetario de Ibn Razin al-Tuyibi , lo que sugiere que su origen podría remontarse a la época de Al -Ándalus.

Actualmente, la poleá sigue presente en numerosos hogares de Sevilla, Cádiz y Huelv a. Algunos restaurantes andaluces la han recuperado, reinterpretándola con técnicas actuales y presentaciones cuidadas.

Elaboración tradicional

Para preparar poleá se utilizan ingredientes sencillos: aceite de oliva virgen extra, harina, matalahúva, leche, azúcar, canela, piel de limón y, opcionalmente, licor de anís. Los costrones de pan frito se añaden al final, aportando textura y sabor.

El proceso consiste en aromatizar el aceite con la matalahúva y la piel de limón, colarlo, y tostar la harina en el aceite limpio. Luego se incorporan el azúcar, la leche caliente y las especias, removiendo hasta obtener una crema espesa. Se sirve caliente con los costrones por encima, aunque también puede tomarse fría al día siguiente.

La poleá es un ejemplo de cómo una receta nacida de la necesidad ha resistido el paso del tiempo y se ha convertido en parte del patrimonio gastronómico andaluz.