Dicen que hay amores que dejan cicatrices invisibles. Juan Carlos I conoció bien ese tipo de heridas cuando, siendo joven, vivió una historia apasionada con Olghina de Robilant , una mujer que encendió en él un fuego que ni el tiempo ni los títulos pudieron apagar. Aquel romance, intenso y sincero, se estrelló contra las rígidas normas impuestas por su padre, Juan de Borbón , un hombre de mentalidad férrea que no concebía que el heredero de España uniera su destino a alguien que no perteneciera a una familia real.

Para el conde de Barcelona, el matrimonio era una cuestión de Estado. No de sentimientos. Soñaba con un hijo que se casara por estrategia, no por pasión. Y así fue: Juan Carlos acabó casándose con Sofía de Grecia , una mujer noble, correcta y de impecable linaje, en un

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