Antes de aprender a escribir, los seres humanos ya dibujábamos movimiento . En las paredes de piedra, en los cueros, en la arena: una secuencia de cuerpos, manos y sombras que parecía decir lo imposible, que algo inmóvil podía tener vida. Esa fue la primera forma de animar .

Desde entonces, la animación se convirtió en el gesto más puro de la imaginación: dar alma a lo inerte, creer que lo que no existe puede moverse, sentir y respirar. Porque animar no es solo crear imágenes; es crear existencia. ¿Y si la verdadera amenaza no fuera que la inteligencia artificial aprenda a crear, sino que nosotros olvidemos cómo imaginar?

Vivimos rodeados de imágenes generadas en segundos , pero cada vez miramos menos. La perfección del algoritmo seduce, pero también anestesia. En la animación,

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