El cartel apenas se ve. A un costado de la Ruta 40, un dibujo sobre el asfalto indica el desvío hacia el cementerio de El Bolsón. Quien no conoce, pasa de largo. Quien se detiene, descubre un lugar suspendido entre la piedra y el silencio. A unos cuatrocientos metros del camino principal, hay una capilla de líneas curvas, puertas talladas, vitrales que atrapan la luz y una cruz en lo más alto donde alguien escribió cartas de amor, imposibles de leer.
“Esta capilla fue una manera de despedirme de a poco”, dice él, con la voz calma de quien aprendió a convivir con la ausencia. Vive en Mallín Ahogado, a pocos kilómetros, pero vuelve seguido. Camina despacio entre las piedras, se detiene frente al Cristo de madera tallado en un solo tronco de álamo, con los brazos abiertos, como aquel que

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