Encender la lámpara que alumbra el espacio cerrado a donde entramos por la noche, accionando el interruptor en la pared con un simple movimiento de un dedo, es lo más fácil que hay en el mundo.

La canonización de los nuevos santos venezolanos atrajo a Roma a muchos compatriotas, venidos de todas partes del planeta. La mayoría, fieles creyentes y devotos del médico y la monja, pero también concurrieron algunos a quienes la mayoría de los presentes consideraron “personæ non gratæ”, siendo repudiados y rechazados. Cosa que, como acostumbran, les debe haber importado muy poco: lo suyo era asistir a la cena en el restaurante más caro de Roma, organizada por uno de sus paisanos. Acaudalado, por supuesto, capaz de costear tan onerosa invitación.

La ocasión me llevó a recordar nuestra estadía en

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