Guillermo lleva décadas en la herrería. Su local está ubicado a unas calles del estacionamiento del Estadio Banorte y, en días de partido, debido al número de vehículos y personas que transitan la zona, es complicado llevar a cabo sus labores cotidianas.

Creció junto al Coloso de Santa Úrsula, vivió de cerca los Mundiales de 1970 y 1986, pero nunca se ha sentido parte de la gran fiesta que significa. Durante la primera justa en el país, se le ocurrió vender chicles para ayudar en los gastos de su escuela; estaba por salir de sexto grado en la primaria, pero tuvo el infortunio de ser detenido, porque estaba prohibido.

Ahora, recuerda ese amargo episodio entre risas; sin embargo, lamenta que “no puedas hacer negocio en un evento así”.

“Me da lo mismo [el Mundial]. No nos beneficia en nada

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