La aparición de los drones, casi como un juguete , entretenía nuestra curiosidad y nos hacía soñar con un ojo de Dios mecánico que todo lo ve. Luego, como la fílmica revolución de los juguetes, la cosa se complicó, invadió nuestra intimidad y se ha convertido en un arma de guerra. Bueno, también nos ofrece preciosas imágenes que de otra manera no veríamos. La introducción de un dron en el escenario es peligrosa para los intérpretes de carne y hueso.
Su lento vuelo, bien manejado; sus luces intermitentes; su incógnita deriva, acapara la atención del espectador, anulando, a menudo, al resto de lo que acontece. A no ser que esos intérpretes se desenvuelvan en escena con tal fuerza expresiva, y con tanto atractivo que, pasados unos minutos, el dron pasa a ser un elemento secundario, con el

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