Sorprende que José Jerí, surgido de una vacancia presidencial fulminante que apenas le auguraba sostenerse inciertamente en su nuevo cargo, haya logrado ponerle cabeza y acción a la jefatura del Estado, que Dina Boluarte había convertido –valga la metáfora– en parte del inventario inútil del Palacio de Gobierno.
Boluarte también hizo lo mismo con la encarnación de la nación, otra de las funciones presidenciales, que aparentemente solía confundir con el salón de espejos de las juramentaciones ministeriales.
El solo hecho de ponerle cabeza y acción a la jefatura de Estado le ha bastado a Jerí para descubrir que, desde esta función presidencial, no tiene que pedirle permiso a ningún protocolo palaciego ni a ninguna cláusula constitucional en su determinación de salir de madrugada, p

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