Amparo nunca olvidará la tarde del 29 de octubre. Ese día, pasó más de siete horas atrapada en su tintorería en Paiporta, cuando una violenta ola inundó su negocio. La ola la aprisionó entre el mostrador y las máquinas de planchado. Cuando logró liberarse, el agua ya casi la cubría por completo. Sin poder salir, buscó refugio en un almacén, apilando cajones y tumbándose encima, con la esperanza de que el agua no la alcanzara. Sin embargo, el nivel del agua siguió subiendo, arañándole la espalda. "Me golpeaba en la cara y para mí eran como cristales, porque venía congelada", recuerda con lágrimas en los ojos.
Un año después, Amparo sigue temblando al recordar aquella pesadilla. Las marcas de sus zapatos aún están en el techo del almacén. Al principio, pudo comunicarse con su marido, pero el teléfono cayó al agua y quedó incomunicada. "Estaba convencida de que iba a morir ahogada allí, pero al final, de madrugada, pudieron rescatarme", relata. La experiencia le ha dejado secuelas. "Ya no soy la misma, ni tengo alegría. Me aíslo. Cuando hay muchas personas, me meto en mi mundo y no quiero estar con la gente", confiesa.
La localidad de Paiporta, con casi 30.000 habitantes, sigue lidiando con las secuelas de la tragedia. De las 229 víctimas mortales en la provincia de Valencia, 56 se produjeron aquí. Aunque las heridas visibles parecen haber cicatrizado, las más profundas siguen abiertas. "Hay veces que mi marido todavía se despierta llorando en mitad de la noche", cuenta Teresa, una voluntaria que sigue ayudando a los vecinos afectados.
Teresa forma parte de un grupo de diez voluntarias conocido como "las Chicas de Oro". Después de la tragedia, se establecieron varios puntos de abastecimiento en la localidad, pero ahora solo queda uno. Este se ha trasladado a la antigua tintorería de Amparo, donde continúan proporcionando productos de primera necesidad a unas 300 familias que lo perdieron todo. Muchas de estas familias no tenían seguro y aún no han podido regresar a sus hogares debido a la falta de ayudas económicas.
Además, Teresa denuncia que algunas personas han sido engañadas por empresas de reformas. "Les han cobrado y luego les han dejado colgados. Se han aprovechado de su desesperación", afirma.
"A veces digo que es como si hubiera empezado a ver una película de terror, y aún no he visto el final. Creo que hasta que no vea Paiporta como estaba antes, no habré visto el final de esta película", compara Teresa. A menos de 50 metros de su centro de operaciones, el barranco del Poyo es ahora un hervidero de camiones, excavadoras y obreros que trabajan en la reparación de los puentes destruidos.

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