La figura de la catrina , nacida en el lápiz de Posada como sátira de la élite de su tiempo, volvió a cobrar vida —no en un museo, ni en una escuela de arte, sino sobre el agua, bajo el cielo nocturno de la Ciudad de México. Y no era una más. Era ella: Maribel Guardia , cuyo nombre, por años asociado al glamour de los 80 y 90, ahora se despliega como un símbolo de una nueva lectura de lo mexicano: sin nostalgia, sin clichés, con intención.
Su vestuario no fue un disfraz. Fue una arquitectura de significados:
Un vestido negro que no ocultaba, sino exaltaba: cortado al cuerpo, con líneas que seguían el contorno como una segunda piel.
Mangas maxi de gasa desgarrada por el viento, que parecían alas de mariposa en pleno vuelo, pero con la pesadez del luto transformado en danza.
Bor

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