Los rayos del sol recién se dejaron ver cuando la Ciudad de México ya se pintaba de verde y dorado. Como cada 28 de octubre, miles de fieles marcharon rumbo al Templo de San Hipólito y San Casiano, mejor conocido como el templo de San Judas Tadeo, para agradecer los favores recibidos o cumplir las promesas hechas al santo de las causas difíciles y desesperadas.

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Peregrinaciones enteras se congregaron desde todos los rincones de la capital; algunos cargaron estatuas monumentales, otros optaron por figuras de yeso a menor escala, también hubo quienes apenas portaron una estampa de cinco centímetros, pero en cada figura viaja una misma fuerza: la fe.

Al amanecer, el canto de Las Mañanitas envolv

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