La Armada rusa, una fuerza teóricamente superior en el mar Negro, se ha visto obligada a cambiar de planes. La presencia constante de una amenaza casi indetectable ha forzado a Moscú no solo a extremar la vigilancia en sus puertos, sino también a replantear sus tácticas navales para proteger sus buques de guerra. Este giro estratégico no responde a un nuevo tipo de misil o submarino, sino a un adversario mucho más pequeño, ágil y económico. Este nuevo paradigma representa para las flotas modernas , alterando por completo las doctrinas de combate convencionales.

De hecho, el culpable de este quebradero de cabeza para el Kremlin es una flota de lanchas no tripuladas, conocidas popularmente como «sea baby». Estos drones marinos, por su reducido tamaño y alta velocidad, son capaces de burla

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