Para él, cada partido era una cita con la historia, y los que pagaban por verlo —ya fuera con el sueldo de una semana o el último billete guardado— merecían más que una silla vacía en la banca.

La historia del Flu Game no es solo una anécdota deportiva: es un ritual de resistencia. El 11 de junio de 1997, Jordan pasó el día entero vomitando en el cuarto de hotel, con fiebre que le quemaba las venas y un tobillo que ya no respondía a los vendajes. A 90 minutos del pitido inicial, aún no se levantaba. Nadie esperaba que apareciera. Pero cuando entró al Delta Center , sin calentamiento, sin mirar a los entrenadores, con la camiseta empapada antes de empezar, “no iba a ser un señuelo” , diría después. Lo que vino después fue un despliegue de voluntad que aún hace temblar

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