Solo un mensaje breve, enviado por la Asociación Nacional de Intérpretes, que decía lo suficiente para que el país entero se detuviera: “Juan Ferrara ya no está” .

En los bares de Condesa, en los estudios de radio de Puebla, en las salas de cine de Guadalajara donde aún se proyectan las cintas en 16 mm, la noticia no se gritó. Se susurró. Como si temieran romper el hechizo que ella dejó en cada fotograma. Porque Juan Ferrara —ese nombre que durante décadas fue sinónimo de misterio, elegancia y un tipo de terror que no necesitaba sangre— no murió como un ícono. Murió como una mujer que, tras 78 años de vida, aún se levantaba cada mañana para recordar por qué el arte no perdona, pero tampoco abandona.

Los años le jugaron en silencio. La EPOC no fue un drama mediático, sino una sombr

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