Si el pasado egipcio resalta por sus milenarias pirámides, y si el europeo puede rastrearse en el esplendor de sus ruinas diseminadas entre Grecia y Roma, por extraña ironía el presente de muchas ciudades argentinas puede radiografiarse en minutos por los esqueletos de obras nunca terminadas o por los restos de edificaciones derruidas. Formosa, lamentablemente, hace su aporte en este sentido.
Dispersas por distintas zonas urbanas, esas viejas construcciones fallidas hablan tanto de abandono como de irresponsabilidad pública y privada, y de extrañas coincidencias: un poder concedente que no fiscaliza y la ausencia de controles sobre ese mismo poder. La suma de ambas carencias redondea la imagen de cementerio arquitectónico en el que languidecen y se deterioran las cosas que nunca llegaron

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