En una mañana despejada desde la Península de Paria, en Venezuela, la isla de Trinidad está tan cerca que casi se pueden contar las olas que las separan. Durante generaciones, ese tramo de mar de once kilómetros ha visto pasar pescadores, contrabandistas, técnicos petroleros y familias que comparten idioma y lazos de sangre a través del Golfo de Paria. Ahora, transporta tensión. Desde que Washington reforzó su presencia militar en el Caribe —desplegando buques y aeronaves en lo que denomina una misión antinarcóticos—, ese mismo estrecho se ha convertido en una línea de fractura que divide una de las relaciones más delicadas de la región.
Un estrecho angosto, una grieta que se ensancha
Lanchas patrulleras cortan la neblina del amanecer cerca de la costa oriental venezolana, con siluetas m

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