Cuando había una fiesta familiar tenía por costumbre llegar temprano, pararse en la cocina y a manera de saludo decir con su delantal doblado en el brazo, “¿qué hay que hacer?” Pertenecía a una larga estirpe de mujeres cocineras que gozan de gran prestigio en la región maicense de El Cañón, un lugar compuesto de diversas rancherías donde su fama e influencia viene de muchas generaciones atrás.
El asado, el mole, las papas con chile, las gorditas de horno, los tamales entre otras muchas delicias culinarias los preparaba de memoria, al cálculo, echando puños de esto y puños de lo otro, todo molido en metate y en molino de mano, nada de licuadora ni estufa, todos los ingredientes los tenía en la memoria, las cantidades, los tiempos de cocción.
Murió a los 90 años, caminando, sin hacer cama

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