Raúl Ruiz.- Mientras Trump y Xi se estrechan las manos en Busan, el mundo contiene la respiración. No por el acuerdo sobre el fentanilo, ni por los aranceles que se evaporan como promesas de campaña, sino porque el presidente estadounidense —en un acto de diplomacia estilo Rambo—, ha decidido que si Rusia y China juegan con bombas, él también quiere jugar. Y jugar fuerte.
La cumbre, anunciada como un bálsamo comercial, terminó siendo un sketch geopolítico digno de Saturday Night Live. Xi, con su habitual rostro de porcelana estratégica, aceptó una tregua temporal. Trump, en cambio, salió del salón con una sonrisa de vendedor de armas y una orden directa al Pentágono: “¡Prueben nuestra fuerza nuclear, que no se diga que nos quedamos atrás!”
Diplomacia de pólvora
La lógica trumpiana es s

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