Antes de que ni siquiera conociésemos de la existencia de los Estados Unidos, en el pueblo de mis padres, los niños de la escuela ya vaciábamos calabazas con figura de calavera, introducíamos dentro un cabo de vela y las colocábamos sobre las tapias de los huertos en el camino del cementerio al atardecer. Era casi un rito de paso, antes de la explotación comercial del Halloween o de los muertitos mejicanos , cuya difusión se ha hecho casi universal. Estábamos jugando sin saberlo con rituales de vida y muerte, y con fuego.
Es evidente que las cosas han cambiado. La gente por lo general, moría en casa, en su propia habitación, en su cama, rodeado de familiares o vecinos y la casa se convertía en el espacio de despedida. El hogar, que según la tradición se identificaba con la c

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