En sus campañas presidenciales (tres), Donald Trump se ha empeñado en presentar como opositor al intervencionismo militar sintiendo −correctamente− que muchos estadunidenses estaban cansados de las “guerras eternas” del cambio de régimen (Irak et al. ). En su primer mandato no sólo no ha empezado ninguna guerra nueva, sino que su postura, calificada −en buena parte erróneamente ( t.ly/uDcLl )− de “aislacionista”, le valió duras críticas tanto de parte de los viejos neoconservadores halcones como de los liberales, por su negativa a seguir con la “habitual” −atlantista, imperial e intervencionista− agenda exterior estadunidense de la posguerra fría.
De allí, la paradoja del inicio de su segunda presidencia es que mientras su agenda exterior, hasta ahora, ha sido mucho más mains

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