Por décadas, la figura del charro cantor representó en la música popular mexicana la esencia del “macho”: fuerte, impasible y dominante. Pero en los años setenta irrumpió en escena un hombre que desafió todos esos códigos con un carisma desbordante, sensibilidad poética y una teatralidad que transformó para siempre el imaginario nacional. Su nombre: Juan Gabriel.

Desde su aparición en los escenarios, Alberto Aguilera Valadez —su nombre real— desarmó las convenciones. Con voz potente y un dominio absoluto del mariachi, cantaba con el mismo ímpetu que los ídolos de antaño, pero lo hacía con una gestualidad delicada, vestuarios brillantes y una entrega emocional que desbordaba los límites del género. No necesitó ocultar su sensibilidad: la convirtió en bandera.

“Yo no nací para amar”, “Quer

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