Tiembla ciudad. Preocupa Palma. Sí, esa, la que fue publicitada como la mejor de Europa para vivir. ¿A quién iba dirigida esa campaña que se ha revelado devastadora para los nativos? No nos bastó el sol y la playa como manzanas de Eva, tuvimos que alimentar la codicia con el deseo de una ciudad que sí, definitivamente, cada vez es más invisible.
¿Cómo sentirse al leer frases como ésta: «No sé si para quedarse en la isla habrá que meterse a okupa. Se me ha agotado la paciencia»? Miquel Aguiló, el último hilo de la mercería Àngela, liquida el género que, ahora sí, le quitan de las manos. El negocio más antiguo de Palma se suma al sepelio de una ciudad que se ha abierto de piernas al negocio inmobiliario de la mano del turístico. Lo raro es que aún queden náufragos.
Miquel ya sabía que la h

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