Javier Marías decía que solo la muerte define y resuelve el destino de los hombres: solo su tajo inapelable hace que el azar de una vida, con sus luces y sus sombras, adquiera la condición de un hecho cumplido y absoluto, un relato que tiene principio, nudo y desenlace, igual que la flecha que viaja por el aire, eso somos todos, hasta que da en el blanco y ahí termina su trayectoria, para siempre.
Fue lo que ocurrió hace treinta años, el 2 de noviembre de 1995, cuando asesinaron a Álvaro Gómez Hurtado al salir de dar su clase de Cultura Colombiana en la Universidad Sergio Arboleda, de la que fue fundador e inspirador. Pero ese día, como en el poema de Miguel Hernández, “temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada” y una ráfaga de ametralladora segó su vida de aguerr

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