No hay nada más sencillo, fecundo e irreversible que prender la mecha de las teorías conspiranoicas. Lo demuestra a las mil maravillas la que tal vez, y con permiso del paseo lunar de Neil Armstrong , sea la madre de todas ellas: la muerte de Adolf Hitler. Aunque hay investigaciones recientes que muestran que el Führer pasó a mejor vida en 1945 con ayuda de un sorbo de cianuro y un balazo, a lo largo de los últimos tres cuartos de siglo han circulado relatos a cada cual más descabellado que lo sitúan pasado mayo del 45 como —ojo a la lista— ermitaño en una remota cueva italiana , pastor en los Alpes suizos, croupier en un casino francés, padre de familia en Argentina o vagando por Irlanda o Colombia.
Una de esas teorías nos toca sin embargo mucho más cerca.
Y apunta a u

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