Según alcanzo a recordar, conocí en persona a Pedro Juan Gutiérrez durante la Semana Santa del año 2004: era otro mundo. Era otra época. Una singularidad que sin embargo resulta más bien prototípica de La Habana: hace mucho tiempo que en la capital de aquella isla devastada por los vientos el tiempo es una circunstancia relativa que acontece en algún lugar de la dimensión desconocida.
Joven y atrabancado yo mismo, la lectura de sus libros –para entonces había leído El rey de la Habana, Animal tropical, El insaciable hombre araña y la Trilogía sucia de La Habana, que aún conservo en papel, autografiada– me reveló un huracán lujurioso y temible que demostraba la posibilidad de encauzar la furia y la violencia contenidas en el lenguaje para poder sobrevivir a realidades hostiles; y que en el

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