Cavilosos y un tanto achispados, mi amigo y yo seguimos estacionados frente al bizantino y mofletudo Reloj Otomano , en la breve Plaza de la Ranita , en la esquina de Venustiano Carranza y Bolívar. ¡Qué placer es vivir en el lúdico y desenfadado mundo de los borrachos y los desocupados! Mientras miramos el consabido reloj, embelesados –o, como diría el poeta y sabio en cantinas Renato Leduc , en “la dicha inicua de perder el tiempo”–, le cuento a mi amigo que fue en septiembre de 1910 cuando se inauguró este cronógrafo monumental de diseño morisco –lo inauguró don Porfis , el presidente dictador, que vivía a unos pasos de aquí, en la calle De la Cadena (hoy Venustiano Carranza) número 8– y que fue obsequiado por la “colonia otomana”, conformada principalmente por la comunidad liban

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