He vuelto a leer los de George Berkeley y me queda la sensación incómoda de que el obispo irlandés del siglo XVIII nos observa desde su tumba con una mezcla de ironía y compasión, como quien contempla a niños empeñados en cometer los mismos errores que ya se les advirtieron. Berkeley propuso algo escandaloso para su época y que sigue siendo escandaloso hoy: que la materia no existe, que las cosas son solo porque las percibimos, que todo el universo físico es, en última instancia, una colección de ideas en nuestras mentes. Y nosotros, armados con nuestros teléfonos inteligentes y nuestros aceleradores de partículas, seguimos sin entender lo que intentaba decirnos.

La filosofía de Berkeley no es un juego intelectual ni una provocación gratuita. Es una respuesta seria a un problema serio:

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