Halloween debería declararse patrimonio emocional de la humanidad. Es el único día en el que uno puede ser exactamente lo que le da la gana sin pedir permiso y conscientemente, que todo hay que decirlo.

El resto del año, en cambio, uno vive disfrazado sin saberlo. Disfrazado de responsable, de tranquilo, de funcional, de “yo puedo con todo” y ahí está el verdadero miedo: no en los cementerios ni en los fantasmas, sino en que alguien o incluso nosotros mismos descubramos que a veces no tenemos ni idea de lo que, aquí, estamos haciendo.

En lo personal, Halloween me encanta porque es honesto. Todos sabemos que es mentira. En cambio, el resto del año fingimos que todo es verdad: la felicidad, la pareja perfecta, el propósito de vida, el “me encanta mi trabajo”… En consecuencia, con la norma,

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