Chihuahua.- En México, la muerte camina con flores de cempasúchil, pan azucarado y papel picado. Pero bajo la epidermis dorada del mito, vibra una verdad menos repetida: el Día de Muertos no nació en los templos de Teotihuacan ni en las veintenas del calendario mexica. No brotó, como solemos decir, de las tierras húmedas del maíz y el copal, sino del calendario litúrgico medieval y del pulso agrario europeo, consagrado entre panteones romanos y abadías francesas. La muerte —esa viajera obstinada— cruzó mares para arraigar aquí. Y México, fiel a su vocación de transmutación, la volvió propia.
La raíz es inequívoca. El día 1 de noviembre fue designado por la Iglesia católica para honrar a Todos los Santos: legiones de mártires conocidos y desconocidos que, según la doctrina, interceden por

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