Erongarícuaro, Michoacán.– La madrugada avanzaba lentamente entre el murmullo de las familias y el repique constante de las campanas del templo. A cada tanto, el sonido metálico se extendía por el aire frío, mezclándose con el resplandor de las velas que iluminaban el panteón de Arócutin.
Las tumbas, cubiertas de flores de cempasúchil, estaban adornadas con arcos, fotografías y objetos personales: huellas de quienes, aunque ausentes, volvían a compartir la noche con los suyos.
Alrededor de ellas se agrupaban familias enteras, envueltas en cobijas o gabanes para mitigar el frío. Algunos hablaban en voz baja, recordando anécdotas del difunto; otros reían con naturalidad, como si la muerte fuera solo una pausa en la conversación. Había también quienes permanecían en silencio, con la mirada

Cambio de Michoacán
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