Sin alfombra roja ni grandes gestos, Mijaíl Mishustin aterrizó este lunes en China con una misión clara: reforzar el único equilibrio exterior que le queda a Rusia mientras la guerra en Ucrania y las sanciones mantienen al Kremlin contra las cuerdas. Su paso por Hangzhou, capital tecnológica del este del país, no fue casual. Forma parte del guión cuidadosamente trazado por Moscú y Pekín para proyectar una sintonía política y económica que crece lejos de los focos.
Un posterior encuentro con Xi Jinping en Pekín, bajo el discreto marco de la “30ª reunión ordinaria” entre los jefes de Gobierno, servirá para afianzar esa cooperación metódica que ambas potencias presentan como rutina, pero que en realidad se ha convertido en el núcleo de su estrategia común frente a Occidente. Una alianza

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