No son días fáciles para la expresidenta Cristina Kirchner. De hecho, probablemente, nunca fueron tan difíciles. La sensación permanente de la tobillera electrónica en su pierna derecha es el primer indicador de que las cosas han cambiado mucho desde aquellos días en que una noche sí y otra también daba largos discursos por cadena nacional desde la Casa Rosada.
Su hábitat ya no es al Patio de las Palmeras, desde donde arengaba a la militancia. Ni siquiera el Instituto Patria. Ahora apenas puede salir al balcón del segundo piso de San José 1111 a saludar a una reducida feligresía. Es el límite de su hogar prisión , donde purga su condena a seis años por corrupción.
Es, también, el lugar donde hizo su inesperado baile del domingo 26 de octubre , en medio de la fuerte derrota electora

 Clarín

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