En el lenguaje secreto del poder, la guerra se juega antes de estallar. Se ensaya en pantallas y algoritmos, en modelos virtuales donde los estrategas anticipan lo que después podría convertirse en tragedia. En esas salas situacionales —recintos blindados y sin ventanas— se despliega el mapa del mundo como un tablero vivo. Cada movimiento se analiza en tiempo real, sea que un dron penetra una frontera, una flota que cambia de rumbo, o una crisis financiera que podría convertirse en detonante político. Allí, los líderes no juegan con fichas ni dados, sino con vidas humanas hipotéticas, y con escenarios diseñados por supercomputadoras.

El concepto no es nuevo. Durante la Guerra Fría, las grandes potencias crearon sus War Rooms, verdaderos laboratorios del apocalipsis donde se simulaban

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