Howard Carter llevaba dos años de trabajo en el Valle de los Reyes cuando el 4 de noviembre de 1922 descubrió el primer indicio de la existencia de una tumba. Para entonces era una creencia generalizada entre los arqueólogos que ya no quedaba nada por encontrar ahí, pero Carter estaba convencido de lo contrario y se basaba en el hallazgo de un simple sello con un nombre escrito: “Tut-anj-Amón”, cuya traducción se podía entender como “imagen viva del dios Amón” , un calificativo que solo podía corresponder Tutankamón, un faraón que por diversas fuentes históricas se sabía que había muerto muy joven, alrededor de 1323 antes de Cristo. Sus restos debían estar allí, en el Valle de los Reyes, y todavía nadie los había encontrado.
Sabía que estaba en el lugar indicado, pero el descubrimiento

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