En una cálida tarde del año 399 a.C., al interior de una pequeña celda de Atenas, un anciano de mirada serena sostuvo entre sus manos una copa que contenía un líquido turbio. No era vino, ni brebaje místico: era cicuta. Con la quietud de un hombre que había hecho de la verdad su oficio y de la coherencia su morada, Sócrates la bebió, consciente de que ese veneno extraído de una planta común que crecía en los prados y caminos sellaría su sentencia de muerte. Así, la cicuta venenosa ( Conium maculatum ) pasó de ser una hierba silvestre a convertirse en símbolo histórico de la tensión entre el pensamiento libre y el poder establecido, pues en la antigua Grecia, la pena de muerte se ejecutaba con la cicuta, no por crueldad, sino por una idea de “partida limpia”: sin desgarro físico, sin espe
Un viaje silencioso
La Crónica de Hoy11 hrs ago
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