L os países, al igual que las personas, avanzan sólo cuando son capaces de aprender de sus errores. Las naciones que progresan son aquellas que extraen lecciones de sus experiencias pasadas -sobre todo de las malas- y las transforman en guía para no reincidir en los mismos tropiezos. Chile no debiera ser la excepción. La reciente experiencia del Frente Amplio en el gobierno debería ser un punto de inflexión que marque un antes y un después en nuestra historia política contemporánea.
Durante años, la irrupción de dirigentes estudiantiles en la política nacional fue vista como un aire fresco. Jóvenes con discurso moralizador, críticos del establishment y portadores de una supuesta superioridad ética. Sin embargo, el paso del tiempo demostró que el ímpetu idealista no basta para gobernar.

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