Hay una cosa en muchas autobiografías de intelectuales españoles del siglo XX que siempre me llamó la atención. Se educaron en colegios de curas; pasaron años enteros –los de formación, cruciales– estudiando religión y yendo a misa... Pero en cuanto salieron del colegio, dejaron de creer. Con tanta facilidad, que en sus memorias despachan el tema en un par de líneas.
Y es una lástima. Porque la fe y las dudas en torno a ella han dado obras interesantísimas, como los Pensamientos (1670) de Pascal, el Diario de un cura rural (1936) de Bernanos, o el diario de Gide, que, en 1917, a punto de “caer a los pies de la Cruz”, como se decía entonces, en el último momento, en vez de eso, se enamoró de un chico y se hizo comunista… Semejantes procesos requieren libertad de conciencia, como la ha

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