Hay cierto cosquilleo en el estómago, pero hay que hacerlo. Así lo reconoce Olexí mientras se prepara para conducir el tren de alta velocidad que una mañana de finales de octubre realiza la ruta Kyiv-Kramatorsk, uno de los últimos viajes antes de que la compañía de ferrocarriles ucraniana haya decidido “limitar temporalmente” los trenes hacia las zonas del Donbass que todavía controla Ucrania. “Nuestro trabajo es importante”, insistía.

A su lado, Andrí, compañero de cabina, se encarga de que todo esté en su sitio, también las dos cajetillas de cigarrillos que pone en medio de los puestos de conducción; por delante les esperan 543 kilómetros que, en un día normal, realizan en seis horas y media.

“Ahora intentan destruir las rutas de comunicación; quieren llevarnos a la misma ruina”, recon

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