Cuando leí por primera vez en el 2015 la novela “Sumisión” de Michel Houellebecq, creí que el autor estaba llevando su imaginación al extremo deliberado que tanto irrita y fascina a sus lectores. Una Francia fatigada, escéptica de sus propias certezas, aceptando sin resistencia el ascenso de un líder islamista moderado que prometía devolverle sentido y cohesión. Los partidos tradicionales derrumbados, los intelectuales cansados de pensar, la Sorbona convertida en universidad islámica y los profesores, antaño estandartes de la laicidad republicana, aceptando a cambio de mejores salarios y alguna que otra esposa adicional la frase que simboliza su rendición espiritual: “No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta”.

En aquel momento pensé que Houellebecq estaba exagerando, como quien ilum

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