Capítulo uno
Zarauz, junio de 1568
Bartolomé de Irigoyen despertó de madrugada sobresaltado por el sonido del viento, que rugía en el exterior como un gigante enfurecido. Se le formó un nudo en el estómago y se incorporó preocupado. La naturaleza estaba desatada y presintió que algo malo estaba a punto de suceder. Su sospecha se convirtió en certeza cuando escuchó varios golpes en la puerta.
Eran golpes fuertes, decididos. Se levantó, salió de su alcoba y bajó las escaleras hasta llegar a la puerta principal.
Con manos temblorosas descorrió el cerrojo y abrió la puerta de golpe, exponiéndose al fuerte viento que azotaba el exterior.
Parado frente a él y con el rostro iluminado por la tenue luz de la luna, encontró a Genaro, el maestre carpintero. Su expresión era grave, marcada por la

Deia
New York Post