El mundo de los cócteles es intrigante, fascinante. Esa alquimia del presente nunca ha dejado de atraerme, a pesar de que ya, como decía alguien de quien no recuerdo el nombre, “conozco todos los vicios pero no practico ninguno”. Mal cocinero, me vanaglorio de ser un coctelero pasable: poseo las suficientes dosis de obsesión y perfeccionismo como para que algunos de mis tragos resulten óptimos.

Hay un libro de memorias inolvidable, Mi último suspiro, en el que Luis Buñuel dedica un capítulo entero a explicar cómo hace para preparar el mejor Martini del mundo. De hecho, Buñuel andaba por ahí con un pin en el ojal que decía precisamente eso: “Hago el mejor Martini del mundo”. En su caso, la obsesión y el perfeccionismo alcanzaban niveles inimitables. Ya se sabe, el Martini es el único cócte

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