Montado en un andamio, mientras modelaba los detalles en el rostro del que se revelaría en pocos días como el gran San Agustín de Hipona (escritor, teólogo y filósofo cristiano, y reputado eje del pensamiento occidental), Josue se entregaba a su tarea artística sin dar tregua a la fatiga, olvidando que tenía que comer, abstraído por completo en un oficio que, no aprendió en las aulas universitarias (no tenía aún edad para ello), sino que emergió de su ser siendo muy pequeño, cuando poseído por el deseo de tener un juguete que su familia no podía darle, aceptó a cambio la caja de plastilinas que le obsequió su padre, y él mismo esculpió sus sueños.
Desde entonces, Josue hizo de la plastilina su mundo, y comprendió que todo aquello que anhelaba lo podía hacer realidad con sus propias manos,

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