Por Ana Violeta Amado (*)

A sus compañeros les divertía pegarle chicles en la melena de la chica más hermosa. A Teo le parecía una crueldad innecesaria. Para ellos era chistoso mojarle las hojas de tarea a el más inteligente. A Teo le parecía una maldad. A ellos les daba gracia tirarles piedras a los perros y verlos llorar. A Teo nunca haría eso.

El grupo discriminaba a las personas diferentes y con otros gustos. A Teo no le gustaba para nada hacer eso.

Teo era un niño de once años. Todos le decían que era una persona demasiado aburrida. Lo apodaban “el gris”, haciendo referencia a su apagada forma de ser. Teo era un gris entre una paleta de colores vibrantes. A él no le divertían las cosas que a los demás les divertían. Por cada “sos un aburrido” Teo, se volvía cada vez más oscuro.

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