Con el resto de menos de un año por delante como presidente de Colombia, Gustavo Petro pretende ejecutar una de las mayores hipotecas que podría sufrir el país en los años -¿décadas?- por venir. Embriagado en ideología, el jefe de Estado busca llevar al límite su vínculo histórico con Estados Unidos. Para ello cierra acuerdos y defiende su lazo carnal con el régimen de Xi Jinping.

Es -además de una torpeza de dimensiones amazónicas- una lastimadura que tardará mucho tiempo en sanar, ya cuando Petro y su “legado” hayan desaparecido por completo. China, que pretende pisar cada vez más fuerte en América Latina con promesas de obras e inversiones faraónicas, siquiera representa para Colombia un socio natural y la estrechez del vínculo podría definir no sólo la relación con Washington, sino ta

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